martes, 2 de agosto de 2011

El grillo

Jueves por la noche, doce y media, Oscar en cama tratando de dormir, “tratando” porque no puede, no puede quitarse de la cabeza la oportunidad perdida. “¡Gates System ha subido medio punto!”, recuerda que dijeron en la bolsa. «No creí que subirían sus acciones, no debí venderlas. ¡Maldita sea! – luego se mantuvo en silencio por un momento – Bueno… no importa, mañana un par de compras acertadas y listo»

Suena el celular: mensaje de texto de Camila, la enamorada de Oscar. “Te estuve esperando para cenar”. La llama y no le contesta, deja un mensaje de voz. «Cariño, no pude ir. Lo siento, tuve un lío en el trabajo y… Te compensaré por esto. Te quiero, compréndeme.” Cuelga y se acuesta en su cama, cierra los ojos y se empiezan a proyectar las primeras imágenes de una película vieja: El día de ayer. Oscar comienza a soñar y… suena el celular. Se levanta y lo coge. Mensaje de Camila: “=)”. «Supongo que me ha perdonado», murmura.

Oscar manda un mensaje de texto y regresa a la cama. Apaga el celular porque no quiere “mensajearse” con ella toda la noche. “Tenía la batería baja y olvidé el cargador en la oficina: excusa perfecta”, pensó. «Hasta mañana», vuelve a murmurar y se cubre con la colcha a cuadros que tiene desde hace unos años. Oscar hace silencio, nunca fue de los que roncan, no le gusta el ruido, ni el propio. Todo era silencio a excepción del “cri cri cri cri cri cri cri cri…”

Acheta domesticus, o comúnmente conocido como grillo. Oscar despierta, busca bajo la cama, encuentra sus sandalias, enciende las luces y busca al animal. En la ventana, la cocina, nuevamente bajo la cama y sobre el armario, no hay nada.

Cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri…

«No importa, no le haré caso», monologa y regresa a la cama.

Cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri…

«¡Ahhhhh!» Enciende el celular, sale al pasillo a buscar al animalejo. Las luces apagadas, siempre fue respetuoso con los demás habitantes del condominio. En las escaleras, bajo ellas, en la puerta del vecino… y nada. El sonido es leve, parece que sí, el ruido viene de su departamento.

Regresa a su habitación, se hecha boca abajo sobre su cama, cubre su cabeza con la almohada y la colcha, cierra los ojos fuertemente y suena el celular: mensaje de su operador telefónico. «¡No jodas!», grita y arroja el celular, éste choca contra el florero regalado por su madre que está sobre el estante empotrado al lado del armario que compró de un amigo. El ruido del grillo cesa por un momento.

«¡Por fin! Para algo sirvió este operador telefónico». Apaga el celular, ahora solo quiere dormir. Oscar en cama y el “cri cri cri” retorna a la habitación. Hora: 2 de la madrugada.

Oscar sale de la cama, va por el celular, lo enciende y se calla… “El sonido… viene… del florero”, piensa. Y ahí están el grillo y Oscar, frente a frente. El animal salta, el otro lo sigue, entra al armario. Oscar saca con cuidado las camisas limpias, no las quiere ensuciar. El grillo sale del él y regresa al florero. Oscar cubre el florero con un libro de Miguel Ángel Cornejo, el grillo está dentro. Lleva el florero al baño, lo deja ahí y se dispone a dormir. Primero regresa las camisas a su lugar y luego a la cama. Cierra los ojos y su mente.

Cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri…

El grillar es leve, pero es constante. Oscar no puede dormir, el sonido es insoportable, es como cuando uno le presta demasiada atención al recorrido de las agujas del reloj o a la gota de agua que va cayendo por el grifo malogrado. Posdata: Oscar solo usa relojes digitales.

Desesperado va por el florero y lo arroja por la ventana. Cae en medio de la calle. Todos los vecinos despiertan, los perros ladran por media hora, medio hora menos de sueño. «Maldita la hora que permitieron mascotas». Tres de la mañana. Intenta dormir, cierra los ojos (el silencio y la oscuridad son agradables), Oscar en cama. «Paz…» “Cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri” «Mierda» Sale de la cama, sale de la habitación, el departamento y el condominio; va corriendo hacia el florero roto que yace en medio de la pista. Busca entre los pedazos rotos al animalejo. «¡Dónde está! ¡Dónde!» Busca, busca y busca… y lo encuentra, a la mitad sin una antena y sin muchas de sus patas. Lo pisa fuertemente para cerciorarse de que ya nunca más grille, pero el sonido sigue ahí. “Cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri cri”. El sonido sigue y sigue, ya no en el aire, ya no en el silencio, sino en el lugar del que nadie se puede alejar, de uno que no se puede ignorar, el sonido está en la mente.

Saber que el ruido no es físico no ayuda ya que él sigue ahí, en el lugar que no puedes evitar, del cual no te puedes separar en vida ni de forma racional, y Oscar lo sabe.

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